Lo que odio de la ciencia ficción moderna (y lo que echo de menos)
En esta entrada cuento por qué cada vez me cuesta más la ciencia ficción actual y por qué regreso a los clásicos. No es nostalgia: echo de menos la imaginación con rigor, la coherencia interna y las reglas que se respetan. Defiendo historias que entretienen sin bajar el listón, que te invitan a pensar y con personajes que toman decisiones de verdad. Este es el pequeño manifiesto que guía cómo escribo.
LA VIDA DEL ESCRITOR
Jose M. Aldasoro
9/23/20254 min leer


Lo que odio de la ciencia ficción moderna (y lo que echo de menos)
Resumen rápido: antes se premiaba la imaginación y el rigor; hoy manda el scroll.
Yo escribo para recuperar ese espíritu.
Voy a compartir, sin paños calientes, qué me chirría de mucha ciencia ficción actual y por qué sigo volviendo a los clásicos de la cultura pop. No para repartir carnés, sino para explicar el enfoque que guía mis historias y lo que intento aportar como autor.
Antes: imaginación + rigor = futuro creíble
Durante décadas, la ciencia ficción jugaba en serio con sus reglas. No bastaba con soltar una palabreja técnica y tirar millas: había documentación, coherencia interna y ambición especulativa. Los personajes importaban, sí —con conflictos, arcos y dilemas—, pero estaban al servicio de una idea poderosa que exploraba posibilidades reales o, al menos, plausibles.
Algunos ejemplos de ese “hacer los deberes”:
Arthur C. Clarke se tomaba en serio la ingeniería y la astronomía para sostener maravillas como 2001 o Cita con Rama: órbitas, rotación artificial, señales y silencio… todo con lógica.
Isaac Asimov convertía una hipótesis improbable (psicohistoria) en una herramienta narrativa consistente: si existe, ¿qué límites tiene?, ¿quién la controla?, ¿cuál es el coste moral?
Ursula K. Le Guin hacía antropología especulativa: cambiaba una variable social o biológica y dejaba que el mundo respirase, sin subestimar al lector.
Stanislaw Lem usaba la ciencia para preguntar mejor, no para “explicar” con hologramas: Solaris es física, sí, pero sobre todo epistemología.
Actual que respeta ese legado también existe:
The Martian (novela): ingeniería como aventura humana.
Interstellar: asesoría científica de primer nivel para contar amor, tiempo y gravedad.
The Expanse: política + economía + delta-v con personajes que sangran y deciden.
El patrón no es “ser difícil”. Es respetar la inteligencia de quien lee.
Hoy: la idea como excusa (y el scroll como banda sonora)
No todo, pero demasiado a menudo la ciencia ficción contemporánea trata la ciencia como un decorado. Se usan términos “techie” como atrezzo, las reglas cambian cuando conviene y la coherencia se sacrifica para meter la enésima persecución. La sensación final es de concepto prometedor que se queda en tráiler alargado.
¿Por qué pasa?
Economía de la atención: consumimos con el móvil en la mano. Si la historia no sobrevive a los memes de fondo, se simplifica hasta que lo haga.
Franquicias eternas: la nostalgia es rentable; la innovación, arriesgada. Resultado: refritos, “reimaginaciones” calcadas y un déjà vu eterno.
Miedo a perder al lector/espectador: se confunde claridad con simplismo. Lo primero es una virtud; lo segundo, una renuncia.
El resultado es que la frescura escasea. Las excepciones brillan porque son excepciones. Y sí, hay una rara avis de obras que siguen sudando la camiseta del rigor, pero no son mayoría.
Lo que yo hago (y por qué)
Mis historias eligen otro camino, aunque sea menos mainstream. Prefiero escribir para quien disfruta pensando al mismo tiempo que siente. Algunas reglas que me impongo:
Primero, la idea científica. ¿Qué pregunta interesante abre? ¿Qué consecuencias reales tendría?
Documentación honesta. Si no sé, investigo. Si la ciencia real no alcanza, especulo con límites claros.
Personajes con agencia. No son marionetas del plot: toman decisiones difíciles y pagan el precio.
Consistencia por encima del truco. Una vez establecidas las reglas, se cumplen. Las trampas rompen el pacto con el lector.
Lenguaje claro. Complejo no es lo mismo que confuso. Prefiero la precisión a la jerga vacía.
Ese enfoque ya lo llevo a mis obras, como El Bucle, donde el tiempo se reinicia cada 24 horas y todos recuerdan cada iteración. El juego no es “porque sí”: exploro consecuencias sociales, éticas y emocionales de un mundo que no avanza… salvo por la memoria. Si te apetece descubrirlo, lo tienes en Amazon.
¿Se puede entretener sin bajar el listón? Sí
Entretenimiento y pensamiento no son enemigos. De hecho, lo mejor de la ciencia ficción divierte porque te hace partícipe: rellenas huecos, conectas pistas, te adelantas al giro, discutes el mental. La diversión está en jugar en serio.
Si el género quiere seguir siendo el laboratorio de ideas de la cultura, necesitamos:
Premiar la originalidad: menos secuelas, más riesgos.
Cuidar la coherencia: la suspensión de incredulidad es un crédito finito.
Volver a la especulación: que la premisa no sea un adorno, sino el motor.
Recomendaciones para recuperar el sabor (mezcla clásica y actual)
Para el asombro ingenieril: Clarke (Cita con Rama), The Expanse.
Para pensar en sociedad y lenguaje: Le Guin (La mano izquierda de la oscuridad).
Para ciencia en primera línea: The Martian, Interstellar (sí, popular y exigente).
Para filosofía disfrazada de ciencia: Lem (Solaris).
Cierro con una promesa.
Voy a seguir escribiendo historias que respeten tu curiosidad. Historias que entretengan sin infantilizar, que arriesguen, que te dejen pensando al cerrar el libro. Quizá sea nicho; me vale. Los nichos están llenos de lectores intensos y leales. De gente como tú.
No hace falta suscribirse al blog, pero sí a mi lista de difusión si quieres estar al día de mi trabajo.